En el famoso santuario ateniense de Eleusis, el mundo antiguo rindió un culto edificado sobre una relación matrilineal, excepción única en todo el Occidente. Los orígenes agrarios de esta devoción avivaron la savia de la inmortalidad del alma pero, sobre todo, condicionaron el talante abierto y universal de sus santas patronas, Deméter y su hija Perséfone, de modo que cualquier persona, fuese cual fuese su condición, sexo y adscripción social, tenía acceso a los ritos eleusinos.

Este libro surgió de la obligación moral de entender el origen y arraigo en todos sus ámbitos, de la violencia. Pero también del deseo de poder algún día ponerle un fin. La negación de la violencia como idioma ancestral, su rechazo como escenario donde se dirimen pleitos y querellas, constituirán los elementos aglutinadores de cada una de las páginas de este libro. Y es que en todos esos conflictos en los que palpita el dolor y se anota la distribución, nada emancipadora, del sufrimiento, se constata la cara victimista de la existencia de un gran número de mujeres.